LOVE WILL TEAR US APART, JOY DIVISION. 1980. Verónica Eguaras.
LOVE WILL TEAR US APART, JOY DIVISION. 1980. Verónica Eguaras.
Texto para el catálogo de la exposición “A Tar”, Museo Gustavo de Maeztu, Estella, Navarra. 2006
Esta sensación posmoderna, que es el amor nos va a matar, recupera la idea romántica de morir de amor. Los modelos de nuestros padres quedaron demasiado lejos de los que hoy podemos aplicar, debemos inventar unos nuevos. Cómo vivir en un mundo en el que el viaje y el deambular definen nuestra identidad…y además combinarlo con el amar. El amor al otro, a quienquiera que sea ese otro. Si no está en nuestro espacio de realización, si todo fluye y nada permanece, si estas ciudades, megalópolis del cuento, se construyen sólo a través del fluir, del desplazamiento, del movimiento constante de nuestras mentes y nuestros cuerpos en el no-lugar. Cómo permanecer en un lugar que no existe, que se llena y de vacía impredeciblemente, que se escapa entre los movimientos que lo conforman. La historia de Romeo y Julieta no es el suicidio sino la huida al paraíso.
Es más fácil ser una mujer que una feminista…si deseas a los hombres. Y, os aseguro que es una forma de control mucho más eficaz que el difícil papel de la mujer
emprendedora, liberada, autosuficiente… a lo Tomb Raider. Somos diferentes. La fuerza de la naturaleza o la castración.
En un refinado ambiente post-industrial donde lo refinado se viste de chick y el deseo se vende en latas aromáticas, las hormonas están llamadas constantemente a presencia. Los olores y las formas de la sensualidad visten las calles de la ciudad. La playa, el glamour, los/las expertos en las artes, los patinadores-skaters, chicos y chicas modernos con gafas de pasta, gorra y gafas de sol gigantes que les tapa media cara ye insinúan sus facciones infantiles. Su superficie cristalina no deja pasar nada más. Miles de terrazas llenas de gente joven y guapa, de pijos modernitos estupendos tomando algo sin prisa. La ciudad del turismo cultural. A Barcelona se viene de paso y uno lo flipa. Uno se queda tan fascinado que tiene que quedarse para descubrir los fallos entre bambalinas, para meterse una vez más a desentrañar las estructuras de la felicidad y descubrir sus imperfecciones, y ver que no es posible, una vez más, decir esa palabra maldita. Nada es absolutamente perfecto, nada es puramente felicidad, nada es puro… y menos mal.
El trabajo plástico de Verónica Eguaras es un viaje hacia el autoconocimiento que podemos aplicar a nuestras propias experiencias. Un trabajo de entendimiento de las experiencias que establecemos a través de nuestro cuerpo sensible con el entorno inmediato y con el otro, siendo este otro un sujeto que desconocemos y del que no podemos llegar a conocer nada más allá de su existencia como ente similar al nuestro, con un cuerpo y unas emociones de las que como medio de aproximación parece erigirse lo erótico como única forma de conocimiento de ese otros incognoscible.
Lo instintivo, lo más animal de nuestra naturaleza instalada en la sexualidad, se hace patente en su trabajo. Sólo a través del sexo podemos conocer al otro en su dimensión interior, biológica, pero nada sabremos nunca de su totalidad, de sus pensamientos, de sus contradicciones. Sólo la esfera de la sexualidad revelará una valiosa información acerca de la idiosincrasia cultural en su educación.
Hasta hace pocos años, la tecnología nos ha dado la sensación de producir un sujeto alienado, irrepresentable, inasible, desprendido de su original de carne y aliento. Y de hecho, los que abusábamos de la comunicación por Internet, éramos cuerpos aislados que flotábamos, que nos reflejábamos en el propio espejo de píxeles, sujetos inspirados en humanos felices, pellejos de una realidad intransitada. Y es en la sexualidad donde está la fuerza de lo humano animal.
La separación material entre cuerpo y mente que se nos propone desde posicionamientos científicos me genera un malestar manifiesto lleno de fascinante curiosidad, pero sólo me devuelve ante la eterna negación occidental de la muerte. La eternidad y la inmortalidad como los grandes temas de nuestra efímera existencia en el encadenamiento unidireccional de la historia. El cuerpo como soporte a través del cual sentimos, experimentamos y nos mudamos de nuestro propio ser, parece que crea un conflicto existencial en el pensamiento consumista del capitalismo que nos arrastra hacia la absoluta manipulación de nuestros cuerpos anulando el sufrimiento en todos los niveles.
No podemos separar cuerpo y mente porque a través de ese cuerpo vivimos lo vivido y deseamos lo que está por llegar recreando en nuestras mentes por medio de las experiencias sensoriales, un futuro cercano, que huele y se toca. Ésta sociedad nos quiere ver estar pero no nos deja ser nada. Por medio de un consumo disuelto en publicidad y cirugía plástica que nos salve de nuestros complejo9s para devolvernos hedonistas y puros, seres del placer instantáneo, vemos cómo nuestros cuerpos envejecen y se quiebran cada vez con mayor facilidad. Y ahora nos dicen que tal vez en un futuro no muy lejano nuestras mentes puedan descargarse a un disco duro de ordenador y yo vuelvo a preguntarme, y dónde quedará todo lo que cada poro de mi piel percibe, lo que mis dedos rastrean y las reacciones que desencadenan cuando entran en contacto con otro ser.
El trabajo del artista es una tarea de difícil resolución en los tiempos que corren. Digamos mejor que el trabajo del artista de hoy se pliega hacia la experiencia. Como en todos los tiempos, el artista, el creador de objetos plásticos o de contenidos sensibles o simbólicos, entiende el mundo a través de su trabajo. Su relación con el entorno y la relación que establece con ese entorno mediante su cuerpo, la primera interfaz de comunicación con ese todo informe que nos atrevemos a llamar realidad, es nuestra primera imagen en torno a la que se organizan las demás imágenes. (Bergson, H. 1900)
Con el paso del tiempo nuestra capacidad de percepción de mermará en relación a las imágenes de la memoria y será cada vez más difícil tener una mirad limpia, una percepción pura de nuestro entorno. Nuestra percepción estará mezclada de recuerdos con lo que ello puede acarrear, los miedos, la precaución ante una imagen conocida a la que no daremos la misma oportunidad porque nuestra conciencia cortará la acción que ésta pudiese desencadenar… digamos un accidente físico que hemos sufrido o una decepción emocional de cualquier tipo. Digamos el trauma sobre el que giró todo el trabajo plástico de Louise Bourgeois y recordaremos también el trabajo artístico de otras mujeres como Eva Hesse y algunos hombres de la década de los 70 como Vitto Acconci.
Esperemos que la salida sea Oteiza: que el arte sirva para construir al ser en su camino vital, para que se tienda por fin a la atomización de su autoría, que caigan estrepitosamente los súper-egos artísticos posmodernos malformados, que la obra de arte como producto final sea lo menos valioso del proceso formativo del creador, que lo realmente valioso sea el elemento didáctico extraíble, el sustento del conocimiento, el transmisor de ideas. Y como alivio a la angustia existencial que seguro que aún nos pica, la experiencia, el arte como experiencia.
Espero que este camino nos lleve a alguna parte; a un arte a favor del arte procesual insertado en la vida cotidiana, gracias Bourriaud por existir, y a los procesos creativos colaborativos y a los grupos heterogéneos. Porque el artista aislado en su taller, así como el estudioso aislado en su biblioteca, necesitan salir a relacionarse con los demás mortales y bajar de su peana, que la escultura ya aniquiló hace más años que artistas existen hoy por kilómetro cuadrado en las grandes metrópolis… que esa peana parece habérsenos quedado pegada a nuestras suelas como un chicle repugnante de vete a saber quién!
En esta exposición todo son medios, habilitaciones de lo posible, donde vehicular un pensamiento es la razón de existir del vehículo.