ESPACIOS PARA EL HABITAR HUMANO. Miren González
ESPACIOS PARA EL HABITAR HUMANO. Miren González
La obra de Miren González parece haber evolucionado cómodamente a lo largo de estos años para reinstalarse en los lugares que fueron declarados proscritos para la pintura en otro tiempo. Su ubicación natural eran las paredes, la pintura atravesaba los muros que invadían el espacio. Después salió de los edificios saltando de calle en calle, alojándose entre el espacio público de los lugares urbanos y los escenarios naturales inmensos para volver, finalmente, a estas paredes que ahora son habitadas por ellas, y no son catedrales ni palacios, tampoco museos ni instituciones públicas... son sólo viviendas y locales comerciales.
En este viaje, el arte ha salido al encuentro de sus moradores. Gracias a él, volvemos ante la magia de las imágenes en su relación estrecha con la arquitectura y la vida que se desarrolla con ellas como testigo.
Estas pinturas apelan a nuestra capacidad perceptiva a través de un juego visual puramente cromático donde las formas se repiten como en una canción caleidoscópica. Es esta capacidad atrayente la que produce una emoción hipnótica que nos arrastra hacia el interior de su forma de cuadro-ventana. Es como uno de aquellos ventanales que tradicionalmente se dividían en varios ventanucos más pequeños; aquellos de las fábricas esparcidas por la geografía vasca de los 80 que ahora recuerdo. Porque cuando miro sus obras, el juego de proporción que establecen las partes con el todo, y la relación figura-fondo, me hace ver, inconscientemente, la silueta de una gran ventana.
Cuando contemplamos la prolífica obra de la artista guipuzcoana, descubrimos un corpus de obra muy diverso organizado en series: Pinturas tropicales (2004-2007), Fiordoan (2009-2010), India (2006-2009) y Naturaldia (2008-2009). Estas series, a excepción de Naturaldia y Fiordoan, corresponden a sus viajes por Brasil, Tailandia, Argentina e Índia.
Los temas parecen una suerte de elementos diseccionados, el interior de frutas, átomos que flotan por el espacio, algún objeto visto por el microscopio, tal vez, sin duda reencuadrado y domesticado porque el gesto se convierte en la repetición meditada de un movimiento rítmico. El color puro, tintas planas y una gama cromática acotada. A primera vista, las formas parecen repetirse, de hecho, se repiten en módulos iguales que forman la composición final.
En sus viajes, Miren utiliza el dibujo como herramienta, y lleva consigo un juego de rotuladores y papel. Así, plasma en gruesos trazos un registro personal de los referentes, a partir de la observación de frutas, hortalizas, piedras, algas, flores, etc. En sus propias palabras, estos referentes son en realidad, lo que le va ofreciendo el país visitado.
Después, cuando vuelve a su taller comienza a elaborar las pinturas con un gesto repetido una y otra vez, como en un baile; el soporte desestructurado desde el principio en unidades más pequeñas. Intentar repetir un trazo parece ser la voluntad de constituirse en máquina. Pero al igual que el ritmo repetido de un aparato genera una trama entrelazada en el tiempo, los trazos repetidos de la artista crean un tapiz en la superficie del lienzo, como el trabajo de las tejedoras y sus movimientos acompasados, siempre bajo un estricto patrón.
Sistematizar la pintura como ejercicio es una especie de deseo de agotar el motivo. Éste se repite una y otra vez como el dibujo de una tela estampada. El gesto se condensa en cada uno de los módulos. Su propio gesto se imita a sí mismo una y otra vez, como en las pinturas de Chuck Close, donde lo humano imita los movimientos estereotipados de la máquina. Sin embargo, esta dinámica parece estar desapareciendo en sus obras más recientes.
De alguna manera, al tiempo que la artista va construyendo los módulos, comienza a pensar en cómo será la composición: simetrías... invertir... voltear... expandirse en el espacio... reinstalarse en él; ya sea como invasión sistemática en el hueco donde se encuentran las dos paredes al encuentro de las tres dimensiones, ya sea construyendo una gran ventana.
Cuando nos encontramos en el lugar donde habita la pintura, las tres dimensiones se acentúan, como si algunas de las formas quisieran salir a nuestro encuentro, mientras que otras se alejasen. Cuando Miren atraviesa estos muros con sus composiciones nos urge buscar la distancia, mirar la lejanía es inevitable. En el encuentro con la arquitectura, habitamos el espacio deseando soñar.
Además, de obra pictórica y dibujos sobre papel, Miren González ha desarrollado un trabajo aplicado a objetos. De esta manera observamos una serie de ropa decorada que mantiene la esencia de sus composiciones.
Para finalizar nuestro rápido viaje a través del trabajo de esta prolífica artista, cabe destacar el proyecto trueque como una de las aportaciones más sugerentes. Esta propuesta surge a raíz de los llamados “clubes de trueque” argentinos que comenzaron a desarrollarse hacia 1995. En su origen fueron los “bancos de tiempo” que nacieron en Vancouver (Canadá) en 1983, como respuesta a una crisis de la economía local. La artista se plantea el intercambio como una manera de huir de la crisis y seguir desarrollando su trabajo:
“Hace un tiempo que me empezó a interesar la idea de trueque como manera de pago alternativa. Muchas veces, entre amigos, he utilizado este sistema de intercambio de trabajos y productos. La propuesta ha generado interés a mi alrededor y he decidido realizarla de manera pública. La exposición “Fiordoan Trukean” es una invitación a pensar en lo que cada uno puede ofrecer a los demás y recordar que hay muchas maneras de hacer las cosas y no solamente la que nos ofrece el sistema en el que vivimos.”