EL VIAJE.

EL VIAJE.

Nos fuimos de allí sin mirar atrás. Dejamos la casa y nunca más pensé en ella. Sólo había futuro ante mis ojos, el pasado era un borrón en mi cabeza... hasta que comenzó a invadir mis sueños en forma de imágenes, movimiento, voces, lluvia.

Es mucho después de habernos ido para siempre cuando pensé en volver y me di cuenta de que mi casa, el lugar de mi infancia había desaparecido. Cuando volví, años después, el monte estaba destruido. Comencé a soñar con los senderos que conducían a los bosques, a las cumbres, los que conectaban un monte con otro, los helechos, los caracoles gordos, las pisadas de algún "todoterreno", el paisaje húmedo lleno de brotes verdes, las mañanas de sábado soleadas, los discos girando, su sonido metálico, el hortelano que veía desde mi ventana... todo eso, no existía. En su lugar, unos cuantos bloques más de edificios y el monte devastado, aplanado, por un lado, atravesado por un tunel, por otro, desaparecido para siempre.

La escuela perduraba. Recuerdo sus rosales, con esos enormes pinchos y su guardián que odiaba que cortaran las rosas... siempre había rosas cabezonas, enormes, olorosas... El sauce llorón también, ahí seguía. Y la calle... la calle donde crecí por fin tenía salida! Aquella calle cortada, ahí donde acababa el mundo urbano y comenzaba el monte, tenía salida. Ahora conectaba con la circunvalación del pueblo, la que rara vez la gente transitaba, si no era para aparcar debajo. Ahora sería una de las puertas de acceso a Eibar. Aquel lugar era donde jugábamos con las raquetas.

Qué terrible sensación descubrir que de aquel paraíso infantil ya no quedaba nada. Bueno, sí, quedaban los sueños troceados e inconexos de aquel tiempo, sus imágenes tras los enormes ventanales. La nube baja que se comía el paisaje, la lluvia fina, la humedad, la estufa del pasillo, el mapa antiguo sobre él, el banco enfrente, la alfombra de dibujos fantasmagóricos, el reloj, sus pesas, el péndulo dorado, los tiradores negros de los muebles del comedor.

Las imágenes perduran en la memoria. Fijas o en movimiento. Espero que nunca se borren, aunque sé, que si durante años han estado ausentes en algún momento volverán a desaparecer. Quise volver para comprobar que ese lugar existe y descubrí que apenas queda nada del lugar donde yo vivía. Me hizo recordar mi obsesión por esa palabra: lugar. ¿Qué hace a los lugares ser lo que son? ¿Qué los distingue de los espacios? ¿Qué los hace únicos? Y vi, sencillamente ante mi, lo que tanto había buscado entre los textos, en las bibliotecas.

En aquel tiempo, en mi camino sólo había futuro, un billete de ida, un barco gigante. Todo lo que quedaba detrás se borraba igual que los dibujos de agua sobre un canto rodado en verano. El barco, la estación de tren. Llega un momento en que se olvida porqué se viaja. Sólo se sabe que no se puede parar.

En todas estas cosas pensaba yo cuando de pronto un día paré y descubrí, con cierto pánico extraño, que el mundo gira. Lo miraba mientras las estaciones cambiaban, los paisajes mes a mes me daban la certeza de que el tiempo no se había detenido. Empecé a no poder dormir. Me puse a tomar fotografías fijas de un instante cada cierto tiempo. Yo me había detenido, el tiempo no. Pero había vuelto a olvidar la improvisada pista de tenis, la hierba colgante como una melena sobre la tapia, el armario del balcón, la banqueta de la cocina, el calentador de gas butano, la bañera con escalón, el color azul ultramar.

Me puse a dibujar. Los lugares se entremezclaban entre sí. "Seres Interestelares" emergió de entre un montón de pensamientos desordenados. Una serie de personajes diminutos empezaron a invadir la soledad. Atormentaban algunas noches. Estaba sin rumbo, estaba claro. Había intentado hacerlo todo muy bien pero a nadie le importaba eso. Ni a los de la beca, ni al galerista... aquel final parecía tener la bocina de una feria, como si me hubiese comprado un billete para los autos de choque y el final me hubiese pillado en mitad de la pista, sin dinero, sin fichas y con una avalancha de adolescentes buscando coche y corriendo excitados a mi alrededor.

Sí, el cielo gira, y yo estoy detenida. Sin trabajo, sin dinero, sin amigos. Y me sumergí entre mis libros, mis dibujos. Me fui de la ciudad modélica, me escondí entre los adoquines y los muros de piedra y ladrillo recios de la sórdida calle antigua. Aguantando, estoica, frente al frío extremo de la gélida tierra.